La Primera Mitad del Siglo XX
La primera gran fractura en el campo
de la literatura argentina se produjo en torno a la
aparición de la revista Martín Fierro,
entre 1924 y 1927. Influenciados por las vanguardias
europeas posteriores a la primera guerra mundial,
Oliverio Girondo (Espantapájaros), Conrado
Nalé Roxlo (El Grillo), Norah Lange (El
Rumbo de la Rosa), Leopoldo Marechal (Cántico
Espiritual) y Jorge Luis Borges (Fervor de
Buenos Aires) –entre otros– arremetieron contra
"la impermeabilidad hipopotámica del honorable
público" y "la funeraria solemnidad del historiador
y del catedrático, que todo lo momifican".
La ironía, el desenfado y la irreverencia fueron las
armas con que este grupo intentó sepultar la
influencia de Lugones, del modernismo ya decadente y
de la producción de la generación anterior, de la
que sólo reivindicaron a Macedonio Fernández (Historia
de la Novela de la Eterna), talento excepcional
de las letras argentinas. Bajo la denominación de
Florida (todos ellos son habitués de la confitería
Richmond ubicada en esa calle porteña) desarrollaron
sus propuestas estéticas también en las páginas de
las revistas Proa o Prisma.
En las antípodas en tanto, se consolida el
denominado grupo de Boedo (sus integrantes se reúnen
en los cafés del populoso barrio homónimo), que
nuclea a Leónidas Barletta (El Barco en la
Botella), Elías Castelnuovo (Memorias),
Álvaro Yunque –Arístides Gandolfi Herrero– (Barcos
de Papel), Roberto Mariani (Cuentos de la
Oficina), Raúl González Tuñón (La Rosa
Blindada) y Roberto Arlt (Los Siete Locos),
identificados todos ellos con una concepción de la
literatura como herramienta al servicio de la
revolución y el cambio social. Los hijos de los
inmigrantes de la generación del 80 fueron
destinatarios de esta propuesta estético–ideológica
que enunció sus postulados desde las revistas
Los Pensadores, Dínamo, Extrema
Izquierda y la Editorial Claridad de Antonio
Zamora.
Al llegar la década del 30 Victoria Ocampo fundó la
cosmopolita revista Sur, que dirigirá hasta
1970. Tributaria de una concepción elitista como la
que había enorgullecido a los hombres de Florida,
Sur consolidó un espacio para la traducción
literaria y la difusión de la obra de los argentinos
Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares (La
Invención de Morel) o Silvina Ocampo (Las
Invitadas).
Las décadas del 40 y del 50 estuvieron marcadas por
la aparición de Adán Buenosayres de
Leopoldo Marechal (que implica una transformación de
la novela). Al mismo tiempo, la revaloración en los
ámbitos urbanos de la literatura de las provincias y
el paralelo desarrollo de lo nostálgico–descriptivo
encontró a sus mejores exponentes en la escritura de
Vicente Barbieri (Anillo de Sal), León
Benarós (Romances de la Tierra) y muy
especialmente en la de Olga Orozco (Los juegos
peligrosos).
|