El fervor independentista
encontró su expresión bajo la estética
neoclásica en las composiciones de Vicente López
y Planes, Esteban de Luca y Pantaleón Rivarola.
Bajo la misma preceptiva pueden considerarse la
dramaturgia de Manuel José de Lavardén o las
fábulas de Domingo de Azcuénaga. Cabe recordar
que por aquellos años comenzaron a circular los
primeros periódicos: El Telégrafo Mercantil,
Rural, Político, Económico e Historiógrafo del
Río de la Plata; La Gaceta de Buenos
Aires; El Correo de Comercio, que
incluían páginas literarias, lo que contribuyó a
la creación de un público lector.
Con el mismo impulso revolucionario surgió la
gauchesca, poesía popular típicamente
rioplatense, que tiene como fundador a Bartolomé
Hidalgo. El desarrollo del género continuó con
Hilario Ascasubi y Estanislao del Campo (que no
alcanzó la cualidad genuina de su predecesor)
hasta su culminación, muchos años después, con
el Martín Fierro de José Hernández en
1872.
Los Años Posteriores a la
Independencia
La ruptura política con la corona
española propició también la ruptura estética y
la adhesión a los postulados del romanticismo
francés. Dos textos centrales iluminan la
literatura de este período: El Matadero
de Esteban Echeverría, considerado por la
crítica como el primer cuento argentino, y el
Facundo de Sarmiento. Ambas obras,
producto de la pluma de escritores exiliados
(Ricardo Rojas definirá a esta generación como
la de “los proscritos”), subordinan sus
indudables valores estético–literarios a un
fuerte cometido ideológico. A este grupo
pertenece también la producción de José Mármol,
autor de la primera novela argentina: Amalia,
o la de ensayistas como Juan Bautista Alberdi
con su Bases y puntos de partida para la
organización política de la Nación Argentina.
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