Tras la caída de Rosas en la
batalla de Caseros, se inició un período de
relativa estabilidad política que encontró su
formulación más sólida en la denominada
Generación del 80. Sus hombres, destacados
dirigentes de “la cosa pública” y dedicados
también a las letras, acentuaron la admiración
por lo europeo y la primacía cultural porteña.
Las figuras más representativas de este período
son Eduardo Wilde (Aguas Abajo), Miguel
Cané (Juvenilia), Eugenio Cambaceres (Sin
Rumbo), Lucio V. López (La Gran Aldea)
y el más lúcido y original de todos: Lucio V.
Mansilla (Una Excursión a los Indios
Ranqueles).
El Fin de Siglo
Con la llegada al país del poeta
nicaragüense Rubén Darío, se produjo la
revolución modernista y el nacimiento de una
nueva estética, signada por el simbolismo y el
preciosismo.
Leopoldo Lugones, autor de Los Crepúsculos
del Jardín, se convirtió no sólo en la
figura más representativa de estos años, sino en
un modelo de emulación con una larga
descendencia posterior. A este movimiento
adscribieron los primeros escritos de Horacio
Quiroga o Alfonsina Storni, quienes luego
encontrarán su propia voz en obras como
Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte y
El Dulce Daño, respectivamente.
Otra corriente, de fuerte raigambre realista y
costumbrista, se afirmó por esos años. En la
narrativa, tras las huellas de Eduardo Gutiérrez
(Juan Moreira) o de Fray Mocho –José
Sixto Álvarez– (Memorias de un Vigilante)
se destacó especialmente Roberto J. Payró (Divertidas
Aventuras del Nieto de Juan Moreira), en
tanto que en la lírica se consolida una estética
de lo popular que alcanzó su consagración en la
poética de Baldomero Fernández Moreno (Por
el Amor y por Ella) y de Evaristo Carriego
(Misas Herejes).
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