La Flor del Ceibo
Anahí era la india más fea de la tribu guaraní, pero
su voz tenía la más bella de las sonoridades. Su
humilde choza estaba a orillas del inquieto Paraná.
Habiendo caído prisionera en una de las frecuentes
incursiones de sus indios, fue condenada una noche a
morir en la hoguera, por haber dado muerte al
centinela que la vigilaba.
La horrible sentencia se cumplió y cuando las llamas
habían comenzado a quemar su cuerpo, algo extraño se
notó en él. Los verdugos huyeron espantados, pues la
delicada figura y el árbol al que había sido atada
se agitaban como nunca antes habían visto. A la
mañana siguiente, los indios no hallaron rastro
alguno de la muchacha en la hoguera; sin embargo,
notaron que en el lugar se erguía un inmenso árbol
de flores purpurinas. Habían nacido el ceibo y su
flor, que encarnaba a la india y a su tribu. Es la
flor triste y solitaria de la veneración –ha dicho
alguien– y en su forma viva palpita una oculta
ternura. El alma de Anahí, la reina fea de la dulce
voz, anida en la flor del ceibo.
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seleccionada de
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