La Difunta Correa
En el transcurso del año 1835, un criollo de
apellido Bustos fue reclutado en una leva para las
montoneras de Facundo Quiroga y llevado por la
fuerza a La Rioja. Su mujer, María Antonia Deolinda
Correa, desesperada porque su esposo iba enfermo,
tomó a su hijo y siguió las huellas de la montonera.
Cuenta la leyenda que luego de mucho andar y cuando
estaba ya al borde de sus fuerzas, sedienta y
agotada, se dejó caer en la cima de un pequeño
cerro. Unos arrieros que pasaron luego por la zona,
al ver animales de carroña que por allí
revoloteaban, se acercaron al lugar y encontraron a
la madre muerta y al niño aún con vida,
amamantándose de sus pechos. Recogieron al pequeño y
dieron sepultura a la madre en las proximidades del
cementerio Vallecito, en la cuesta de la sierra Pie
de Palo. Al conocerse la historia, comenzó la
peregrinación de lugareños hasta la tumba de la
"difunta Correa". Con el tiempo se levantó un
oratorio en el que la gente acercaba ofrendas,
práctica que continúa hasta nuestros días.
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