El siglo XX y la
Actualidad
Las tendencias impresionistas
El regreso de París de Martín
Malharro y su inmediata exposición en 1902,
marcó la aparición del impresionismo en nuestro
país, al que adhirieron Faustino Brughetti y
Ramón Silva. El paisaje luminoso se convirtió en
centro de la pintura argentina, elección que
compartieron los postimpresionistas Fernando
Fader, Cesáreo Bernaldo de Quirós y Pío
Collivadino, integrantes del grupo Nexos.
Esta agrupación participó activamente en el
debate sobre la realización de un arte nacional,
estimulado por los festejos del Centenario de la
Revolución de Mayo.
El peso de lo social
Alrededor de 1920 surgieron los
Artistas del Pueblo, correlato plástico
del grupo literario de Boedo. Alejados del
folklorismo o de la nostalgia del pasado
propiciados por la generación anterior, este
núcleo formado en bibliotecas de izquierda al
calor de las obras de Tolstoi, puso el énfasis
en los problemas sociales. José Arato, Adolfo
Belloq, Guillermo Facio Hébequer, Abraham Vigo y
el escultor Agustín Riganelli expusieron en
fábricas y barrios y crearon un Salón de
Independientes al cual asistió también,
pese no compartir íntegramente sus postulados,
Benito Quinquela Martín, identificado con el
Grupo de La Boca, en el que descollaron
Alfredo Lazzari, M. Carlos Victorica, Eugenio
Daneri y Víctor Cúnsolo.
Esta tendencia del arte social se intensificó en
el realismo crítico de los años 30, que
rechazaba la abstracción por considerarla
elitista. En esta corriente sobresalieron
Antonio Berni, Lino Enea Spilimbergo, Juan
Carlos Castagnino, Carlos Alonso y Demetrio
Urruchúa, quienes apelaron al mural, a técnicas
y procedimientos como el collage, la fotografía
y el montaje y desarrollaron una importante
tarea educativa en centros de enseñanza
artística.
Esta línea será retomada a fines de la década
del 50 por el Grupo Espartaco,
integrado por Ricardo Carpani, Juan Manuel
Sánchez y Mario Mollari, quienes por medio de la
monumentalidad buscarán llevar el arte al
pueblo.
Las vanguardias
Paralelamente al surgimiento de
la tendencia realista, en las antípodas de los
Artistas del Pueblo, del naturalismo y
del impresionismo, otro grupo de creadores se
nucleó en torno a la divisa retorno al orden,
en busca de formas libres y equilibradas, aunque
alejadas del academicismo. Adhirieron a esta
tendencia Emilio Petorutti y Xul Solar,
sumándose luego Norah Borges, Alfredo Bigatti y
Alfredo Guttero, allegados al grupo literario de
Florida.
Por su parte, artistas argentinos residentes en
Francia: Horacio Butler, Hector Basaldúa,
Aquiles Badi, Lino Spilimbergo y Raquel Forner,
formaron el Grupo de París bajo la
consigna de buscar “lo eminentemente estructural
de los valores plásticos”.
Hubo también una tendencia figurativa que puso
el acento en la introspección, nutriéndose de lo
cotidiano. Raúl Soldi, Fortunato Lacámera y
Miguel Diómede, representantes de la denominada
pintura sensible, cultivaron la
expresión de matices delicados con una fuerte
carga de subjetividad.
Mientras se afianzaba el realismo crítico,
en las antípodas se fortalecían las propuestas
surrealistas del Grupo Orión, compuesto
por Vicente Forte, Luis Barragán y Leopoldo
Presas, entre otros. No obstante, artistas
identificados con los postulados de cambio
social adoptaron algunos rasgos vanguardistas
como Berni o Spilimbergo, quienes transitaron
momentos cuasi surrealistas. Otros en cambio,
como José Planas Casas y Juan Batlle Planas
fueron exponentes “puros” de esta tendencia.
A partir de los años 50, Roberto Aizemberg,
Osvaldo Borda, Jorge Tapia y, posteriormente,
Guillermo Roux retomarían esta senda en la que
convivían poesía, metafísica y elementos
oníricos.
Segunda mitad del siglo XX
En 1944 la revista Arturo
se convierte en portavoz de la abstracción
geométrica rechazando el arte figurativo.
Considerada como una segunda vanguardia, los
defensores de la abstracción o arte concreto:
Carmelo Arden Quin, Gyula Kosice, Tomás
Maldonado y Lidy Prati, se reconocían herederos
de Pettoruti. De este grupo luego surgieron
otras propuestas como la Asociación Arte
Concreto Invención, Madí y el
perceptismo.
Hacia 1952 se constituyó el Grupo de
Artistas Modernos de la Argentina, con José
Fernández Muro, Sarah Grilo y Miguel Ocampo,
quienes propugnaban el cambio de la racionalidad
geométrica hacia la liberación de los
sentimientos y la primacía de lo subjetivo. Sin
abandonar la abstracción, pero centrados en
nuevas búsquedas, figuras como Martha Peluffo,
Víctor Chab, Josefina Robirosa y Osvaldo Borda
conformaron a su vez el Grupo Boa.
Todos estos encuentros marcaron una nueva etapa
del vanguardismo en el país y prepararon el
camino para movimientos como el arte óptico
y cinético (Julio Le Parc, Hugo Demarco y
Luis Tomasello), el informalismo (Kenneth
Kemble, Fernando Maza y Mario Pucciarelli), la
Nueva Figuración (Luis Felipe Noé,
Jorge de la Vega, Ernesto Deira y Rómulo Macció),
el arte destructivo (Barilari Kemble,
Jorge López Anaya y Antonio Seguí) y el
happening (Marta Minujín, Rodolfo Azaro,
Margarita Paksa y León Ferrari) – tendencias
propias de la década del 60, que tuvo su
epicentro en el Instituto Di Tella–. Dirigido
por Enrique Oteiza y Jorge Romero Brest, el Di
Tella estimuló no sólo el uso de materiales no
convencionales sino el abandono total de
formalismos, en un ámbito de absoluta libertad
formal, en el que se borraban las fronteras
entre creador, obra y vida cotidiana.
Simultáneamente, habían comenzado las primeras
manifestaciones del conceptualismo, que
puso su acento en lo irónico y caótico del
desorden cotidiano. Sobre esta línea trabajaron
Alberto Greco y Edgardo Antonio Vigo y, en un
plano de acción pura: Nicolás García Uriburu y
Carlos Ginsburg.
El cierre del Di Tella en 1970 por presión de
las autoridades militares, dio lugar al
Centro de Arte y Comunicación, donde
nacería el Grupo de los 13, luego
Grupo CAYC en 1975. Integrado por Jaques
Bedel, Jorge Glusberg, Víctor Grippo y Clorindo
Testa –entre otros–, propiciaba exposiciones de
arte conceptual, arte ecológico, arte pobre,
arte de proposiciones y arte cibernético. Sin
integrarse en propuestas colectivas,
coincidieron desde distintas miradas sobre el
concepto Lea Lublin y Liliana Porter, quienes
prefigurarían el neococeptualismo,
encarnado posteriormente en Jorge Macchi y Juan
Paparella.
Contrariamente, otros artistas mantenían el
acento en las injusticias sociales. Cabe
mencionar entre ellos a Antonio Seguí, Carlos
Gorriarena, Alberto Heredia y Jorge Demirjian.
El realismo optó por una representación mimética
del mundo, exacerbada a veces hasta un
hiperrealismo preciosista como el que cultivaron
Hugo Laurencena, Carlos Arnaiz, o Héctor Giuffré.
En esta línea y protagonizando experiencias
vinculadas a la política, se destacó Tucumán
arde de Juan Pablo Renzi. Oscar Bony, Pablo
Suárez y Diana Dowek pueden ser considerados
parte de esta fusión entre arte y compromiso
militante. Esta postura implicó retomar la senda
del arte concreto basado en los principios de la
percepción visual y la reivindicación de géneros
tradicionales, como se ve en las obras de Víctor
Magariños, María Martorell, Rogelio Polesello y
los integrantes del Grupo de Arte Generativo:
Eduardo Mac Entyre y Miguel Ángel Vidal. También
por estos años se acentuó la expresión de la
identidad latinoamericana, a través de técnicas
y motivos propios del arte precolombino. En este
camino, Marcelo Bonevardi, Alejandro Puente y
Pérez Celis alimentaron el denominado
constructivismo rioplatense.
Tras la dictadura militar y con el retorno de la
democracia, se potenciaron las búsquedas. A
principios de la década del ’80 surgió el
Grupo de la Abstracción Sensible (Carlos
Silva y Raúl Masón) que impulsó el retorno al
arte figurativo y al trabajo artesanal,
enfatizando los elementos pictóricos decorativos
y ornamentales que habían sido desvalorizados
por el arte conceptual. Hacia 1982 el Grupo
IIIII (Guillermo Kuitca, Osvaldo Monzo y
Pablo Bobbio, entre otros) y el Grupo Babel
(Nora Dobarro, Juan Lecuona y Gustavo López
Armentía, por citar sólo a algunos) cuestionaron
el concepto de unidad artística y comenzaron a
usar elementos extraídos de la historia del arte
como lenguaje.
La década de los 90 estuvo signada por el arte
light o kitsch con abundancia de
elementos escolares, domésticos, cotidianos y
baratos, en una atmósfera de artificio y
cinismo, matizada con elementos retrospectivos
resignificados y descontextualizados: Jorge
Gumier Maier, Graciela Hasper, Román Vitali,
Karina El Azem y Fabio Casero cultivaron esta
tendencia. Otro grupo eligió recuperar los
principios de la abstracción agregando estilos y
materiales de campos no artísticos: Fabián
Marcaccio, Alejandra Padilla y Silvia Gurfein
son algunos de los nombres de esta corriente.
Como contrapartida, hubo otros creadores que
mostraron una veta sensible a los problemas y
miserias sociales de la época y para mostrar ese
rostro apelaron a lo abyecto, integraron en sus
obras lo perverso y lo feo con alusiones
permanentes a la violencia, a lo efímero de la
vida y a la degradación corporal. En esa senda
expresiva recurrieron a materiales corrompibles
de origen animal o humano y a elementos rotos o
fuera de contexto. Este fue el camino transitado
por Daniel Santoro, Nicola Costantino, Alicia
Herrero, Gabriela Sacco y el Grupo Escombros
–con su estética de lo roto–.
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